En la España de 1900, en los inicios del reinado de Alfonso XIII tras la regencia de su madre la reina María Cristina, la pérdida de los últimos territorios de ultramar y antes del primer vuelo de los hermanos Wright y del descubrimiento de la Penicilina, la Compañía de Jesús, en colaboración con el Ayuntamiento de Granada y la familia Osborne, inauguró el Observatorio de Cartuja.
A lo largo del siglo XX, los jesuitas impulsaron multitud de observatorios por todo el planeta, como el del Ebro (Tortosa), el de Zi-ka-wei (China), Tanannaribo (Madagascar), Quito (Ecuador), Calcuta (India), Bulawayo (Rhodesia), Oña (Burgos), Puebla, La Habana, etc.
El 2 de junio de 1901, se colocó la primera piedra del que sería el tercer observatorio más antiguo de España, detrás del de San Fernando y el Observatorio Nacional. Un tesoro del patrimonio científico de Granada, hoy olvidado.
Una obra destinada al estudio de la sismología, meteorología y astronomía en cuya construcción colaboró uno de los pocos electricistas que entonces había en España: Sebastián Battaner.
El mismo Sebastián que, como ya hemos contado en otros artículos, fundó Battaner hace más de 100 años, también realizó la instalación a principios de siglo pasado del que llegó a ser la sede del Instituto Andaluz de Geofísica y Prevención de Desastres Sísmicos.
Actualmente, el edificio, que cesó su actividad en el campo de la astrofísica en 2018, pertenece a la Universidad de Granada y está dedicado a albergar los despachos de la facultad vecina.